El 21 de agosto de1940, a las 19:45 horas, dejó de existir “uno de los más brillantes cerebros del marxismo revolucionario”
Lev Davídovich Bronstein
León Trotsky
(Yánovka, Ucrania, 26 de octubre / 7 de noviembre de 1879 - Ciudad de México, 21 de agosto de 1940)
León Trotsky murió el 21 de agosto de 1940, en esta ciudad, un día después de ser atacado con un piolet (instrumento usado en el alpinismo), por el español Ramón Mercader, quien llegó hasta el revolucionario ruso, exiliado en México, haciéndose pasar como periodista belga.
La historia de su asesinato, registrada por las páginas de EL UNIVERSAL, detalla las primeras declaraciones de los ayudantes de uno de los dirigentes de la Revolución Rusa. La tarde del 20 de agosto de 1940, Frank Jackson o Jacques Mornard (hoy se sabe que su nombre era Ramón Mercader del Río), visitó a Trotsky, pasó a su despacho y se colocó a su lado. Los guardias se retiraron y después escucharon las voces del líder pidiendo auxilio, lo vieron salir al corredor y caer al suelo con la cabeza y el rostro cubiertos de sangre.
El general José Manuel Núñez informó que Jackson atacó al exiliado con un piolet, le provocó tres heridas, una en la cabeza, otra en la clavícula derecha y una más en una pierna.
El reportero José Pérez Moreno narró el traslado del herido al puesto central de socorros de la Cruz Verde. Trotsky, antes de perder el conocimiento, dijo a su secretario Joseph Hansen: “Estoy cerca de la muerte a causa de un asesino político que me atacó en mi casa. Luché contra él. Haga el favor de comunicarlo a nuestros amigos. Estoy seguro de la IV Internacional (organización de partidos comunistas impulsada por Trotsky). ¡Adelante!”.
Lev Davidovich Bronstein, conocido como León Trotsky, nació en Yanovka, Ucrania, el 7 de noviembre de 1879. En su juventud fue encarcelado y deportado por el Estado zarista. Junto con Vladimir Ilich (Lenin), construyó el marco ideológico y político de la revolución rusa de 1917 que derrotó al zarismo y fundó la Unión Soviética. Al organizador del Ejército Rojo sus detractores lo veían como “colaborador del fascismo” y lo acusaban de estar ligado a la Gestapo o a la policía secreta de Estados Unidos, según escribió Trotsky en su texto Stalin quiere mi muerte, aparecido en 1940.
Por “defender los intereses de los obreros y del socialismo internacional”, el revolucionario inició su lucha contra el régimen de Stalin —a quien llamó “enterrador de la Revolución”—, y la “casta burocrática”, que lo expulsaron de Rusia en 1929 y lo obligaron a vivir en Turquía, Francia, Noruega y México.
Al inicio de su exilio publicó en exclusiva para EL UNIVERSAL 15 capítulos de su obra autobiográfica Mi Vida, que salió a la luz en 1930. Al final del Capítulo I reflexionaba: “¿Están estas memorias destinadas a ser consideradas como un sumario, un inventario de toda una vida? Sí y no. Yo haré lo posible por decir a conciencia todo lo que hasta ahora ha sucedido, pero no quiero decir con esto que considero mi deportación a Constantinopla el último capítulo de mi vida. Permítaseme aquí repetir las palabras de Mark Twain, dirigidas a determinados hombres que querían enterrarlo en vida: El rumor de mi muerte ha sido grandemente exagerado’”.
En 1937 el presidente Lázaro Cárdenas dio asilo político a Trotsky y a su familia. Los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo lo hospedaron en su casa de Coyoacán. Refugiado en México organizó su defensa ante las acusaciones en los llamados Procesos de Moscú, que llevaron al exterminio a la vieja guardia bolchevique. En 1940 él y su familia sufrieron el primer atentado en nuestro país, encabezado por el pintor David Alfaro Siqueiros.
El 21 de agosto de ese mismo año, a las 19:45 horas, dejó de existir “uno de los más brillantes cerebros del marxismo revolucionario”, como describió a Trotsky su nieto, Esteban Volkov, en la presentación del libro Los Gangsters de Stalin. Al enterarse de su muerte, Alejandro Kerensky, quien fuera uno de los precursores de la revolución rusa, declaró en Nueva York: “Trotsky cayó bajo los golpes de Moscú; la mano de su asesino fue armada por el propio Stalin. Las órdenes de Stalin fueron esta vez cumplidas con una ‘atroz exactitud’”, según la nota que publicó este diario el 23 de agosto de 1940.
Su cadáver permaneció durante cinco días en la Capilla Dorada del Panteón Moderno y después fue incinerado. Sus cenizas se encuentran junto a las de su segunda esposa Natalia Sedova (1962), resguardadas en una estela rectangular de concreto, diseñada por el pintor y arquitecto mexicano Juan O’ Gorman, ubicada en el patio del Museo Casa León Trotsky, ubicado al sur del Distrito Federal.
El homicida Frank Jackson, Jacques Mornard o Ramón Mercader del Río —utilizó varios alias—, pasó 19 años, 9 meses y 17 días encarcelado en México. El 6 de mayo de 1960 fue liberado y expulsado de tierras mexicanas. El 20 de octubre de 1978, el diario El País reportó la muerte de Mercader en Cuba, debido a un cáncer óseo. La nota precisaba que el asesino de Trotsky se llevó a la tumba la “Estrella de Oro” de los héroes nacionales de la Unión Soviética, que le fue concedida en 1977, además de recordar que nunca confesó en prisión su verdadera identidad 1
Testamento 2
27 de febrero de 1940
Mi presión arterial alta (que sigue aumentando) engaña los que me rodean sobre mi estado de salud real. Me siento activo y en condiciones de trabajar, pero evidentemente se acerca el desenlace. Estas líneas se publicarán después de mi muerte.
No necesito refutar una vez más las calumnias estúpidas y viles de Stalin y sus agentes; en mi honor revolucionario no hay una sola mancha. Nunca entré, directa ni indirectamente, en acuerdos ni negociaciones ocultas con los enemigos de la clase obrera. Miles de adversarios de Stalin fueron víctimas de acusaciones igualmente falsas. Las nuevas generaciones revolucionarias rehabilitarán su honor político y tratarán como se lo merecen a los verdugos del Kremlin.
Agradezco calurosamente a los amigos que me siguieron siendo leales en las horas más difíciles de mi vida. No nombro a ninguno en especial porque no puedo nombrarlos a todos. Sin embargo, creo que se justifica hacer una excepción con mi compañera, Natalia Ivanovna Sedova. El destino me otorgó, además de la felicidad de ser un luchador de causa del socialismo, la felicidad de ser su esposo. Durante los casi cuarenta años que vivimos juntos ella fue siempre una fuente inextinguible de amor, bondad y ternura. Soportó grandes sufrimientos, especialmente en la última etapa de nuestras vidas. Pero en algo me reconforta el hecho de que también conoció días felices.
Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.
Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente.
L.Trotsky
Todas mis pertenencias, mis derechos literarios (los ingresos que producen mis libros, artículos, etcétera) serán puestos a disposición de mi esposa Natalia Ivanovna Sedova. En caso de que ambos perezcamos [el resto de la página está en blanco].
3 de marzo de 1940
La índole de mi enfermedad es tal (presión arterial alta y en avance) -según yo lo entiendo- que el fin puede llegar de súbito, muy probablemente -nuevamente, es una hipótesis personal- por un derrame cerebral. Este es el mejor fin que puedo desear. Es posible, sin embargo, que me equivoque (no tengo ganas de leer libros especializados sobre el tema y los médicos, naturalmente, no me dirán la verdad). Si la esclerosis se prolongara y me viera amenazado por una larga invalidez (en este momento me siento, por el contrario, lleno de energías espirituales a causa de la alta presión, pero no durará mucho), me reservo el derecho de decidir por mi cuenta el momento de mi muerte. El “suicidio” (si es que cabe el término en este caso) no será, de ninguna manera, expresión de un estallido de desesperación o desaliento. Natasha y yo dijimos más de una vez que se puede llegar a tal condición física que sea mejor interrumpir la propia vida o, mejor dicho, el proceso demasiado lento de la muerte... Pero cualesquiera que sean las circunstancias de mi muerte, moriré con una fe inquebrantable en el futuro comunista. Esta fe en el hombre y su futuro me da aun ahora una capacidad de resistencia que ninguna religión puede otorgar.
L.T.
“Testamento”. Reimpreso con permiso de los editores de Diario de Trotsky en el exilio, 1935 (Cambridge, Mass, Harvard University Press. Copyright 1958, por el presidente y colegas de Universidad de Harvard)
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